El primer premio del concurso de cuentos reconoció la historia escrita por la familia I.L.G.R. de Infantil 3 años A. Compartimos la maravillosa historia de “El cuento que no tenía nada que contar”:


EL CUENTO QUE NO TENÍA NADA QUE CONTAR

Érase una vez un cuento que no tenía nada que contar… pero nada de nada, nada, nadita, completamente vacío, desierto, totalmente en blanco. Pero es que el cuento no se había dado cuenta, ¿Cómo será la historia de un cuento que no tenía nada que contar?

Pues resulta que un día cualquiera el cuento se despertó muy contento y feliz y, como hacen todos los cuentos, se estaba preparando para ir a la plaza a compartir sus historias con los demás… se sacaba brillo a sus tapas, se atusaba las páginas… pero de repente se dio cuenta, horrorizado, que, a pesar de estar bien gordito, bien cargadito de hojas, ¡no tenía absolutamente nada que contar! ¡estaba totalmente vacío! Pasaba y pasaba las hojas desesperado, pero ¡nada! ¡no había nada! ni aventuras, ni batallas, no había príncipes valientes ni princesas en apuros, no había animales fantásticos ni viajes a tierras lejanas ni tampoco grandes tesoros, ¡ni siquiera tenía números! ¿cómo podía un cuento, nacido en el planeta de los cuentos, no tener nada que contar? El pobre cuento sucumbió al pánico ¿qué podía hacer? ¡se iban a dar cuenta los demás! ¡era un fraude, una mentira!  ¡lo iban a desterrar de la ciudad, del país, del planeta de los cuentos! quedaría flotando en la nada, sólo y vacío…   ¿cómo era posible que después de tanto tiempo se diera cuenta de que era un cuento que no tenía nada que contar?

Muy preocupado se puso a pensar y pensar cómo resolver su problemón y ¡chas! tuvo una idea: comería palabras sin parar, ¡se pegó un gran atracón! Empezó en orden, por la “A” … ababol, abacero, ábaco, abad… continuó por la “B” … baba, babel, babero… y así al llegar a la “Z”, zurriago zurrir, zurrón, creyó haberle puesto fin a su gran problemón. Ahora estaba bien relleno de palabras, con una buena historia que contar así que, confiado, miró sus páginas de nuevo y… ¡oh no! ¡ahora estaba lleno de palabras sin ton ni son! ¡no había principio ni final! ¡solo palabras y más palabras formando un caos total! Muy agobiado estaba el pobre cuento cuando ¡chas! se le ocurrió otra idea: ¡sí! saltaría y saltaría muy alto y fuerte para que todas las palabras se ordenaran… ¡toin! ¡toin! ¡toin! pero ¡peor todavía!, comenzaron a mezclarse las letras unas con otras y ya ni siquiera se podía entender, tikifú, calotú, pafaté…  ¡no, no! ¡no puede ser! ¡toin! ¡toin! ¡toin! ¡ordénense! ¡palabras a sus puestos! Y siguió saltando, saltando y saltando… Y de tanto saltar y saltar cayó desfallecido el pobre cuento que no era cuento y se durmió profundamente… y cuando despertó de su largo sueño, con mucho miedo abrió sus páginas y comprobó, que el periplo de un cuento que no tenía nada que contar, era una historia real.

– FIN –